Los Horacios y los curiacios por Clodomiro Cordero abogado Estudios sobre la capital de Entre-Rios y sus reformas constitucionales.

Abstract

Collection of articles originally published simultaneously in 'Las Provincias' and 'El Libre Pensador', in response to a request from the former finance minister of Entre-Rios, Juan A. Mantero. The articles concern the struggles between Argentina and Uruguay and the current state of the province of Entre-Rios
Metadata

Item Type:	Book or pamphlet
Creators:	Cordero, Clodomiro
Date:	1883
Place of Publication:	Buenos Aires
Publisher:	Tipografia Italo-Argentina de B. Borghese
Number of Pages:	36
Translation/Edition Details:	Reprint. Originally published in 'Las Provincias' and 'El Libre Pensador'
Theme:	Political Culture
Country/Region:	Argentina Uruguay
Keywords:	Constitutionalism, Republicanism, Independence, Revolution, Civil Unrest, Government Institutions
URI:	http://liberalism-in-americas.org/id/eprint/91
Document text
                O K
                
                CU RI ACTOS
                
                ODOMIRO COR
                
                Abogado
                
                ESTUDIOS
                
                SO lili I! U
                
                CAPITAL DE EJÍTBE-]
                
                Y 8U» ' ¡j¿S>
                
                REFORMAS CON'STITDCION'ALES
                
                IITEÑOS AIUKS
                1883
                
                Tipo grafíaLOS
                
                HORACIOS
                
                Y LOS
                
                CURIACIOSLOS
                
                HORACIOS
                
                T LOS
                
                CURIACIOS
                
                POR
                
                CLODOMIRO CORDERO
                Abogado
                
                ESTUDIOS
                
                CAPITAL DE ENTRE-RIOS
                
                .   T BUS
                
                REFORMAS CONSTITUCIONALES
                
                'i
                
                BUENOS AIRES
                1883
                
                Tipografía Itülo-Arsrentina do B. Borohesb,
                Calle Boliv»r 130.A LA
                
                JUVENTUD ENTRE-RUM
                
                Los hombrea de ¡a nueva gene-
                ración, al ocupar altas posiciones
                y ejercitar sus derechos, asumen
                grande responsabilidad ante su
                conciencia y ante la historia, des-
                de que, para conseguirlo, han me-
                nester eliminar-y anular persona-
                lidades.vr
                
                Ellos no pueden renunciar al
                deber de llevar á la práctica sa-
                ludables refortnas, sin convertir-
                se en serviles rutinarios, y volver
                la espalda al noble apostolado de
                la ciencia de gobernar.
                
                Téngalo así presente la juventud
                entre-riana, que, después de haber
                reclamado con viril aliento la des-
                aparición de sus dictadores, guie-
                re hoy realizar sus más bellos
                ideales políticos.
                
                Alguien pretende que el pais no
                necesita de buenas leyes, sinó de
                rectos gobernantes.
                
                Esta pretensión es un sofisma,
                inventado para justificar la inmo-
                vilidad legal, que pugna con el
                espiitilu moderno.
                
                Las leyes, que tienen por origen
                la justicia, y las costumbres, y las
                
                -ra
                
                necesidades de los pueblos, modifi-
                cantes los tiempos con sus ense-
                ñanzas.
                
                Las vicisitudes de la suerte y los
                mejoramientos alcanzados, señalan
                nueva era á Entre-Rios, cuyos hijos
                deben mostrarse avaros por consoli-
                darla, relegando al público despre-
                cio vetustas preocupaciones, é insos-
                tenibles formas legales de gobiernos
                persenalísimos.
                
                No faltará quicu nos llame aun
                soñadores, porque diseñamos los
                dilatados horizontes de una refor-
                ma, perpetuo anhelo de nuestra vi-
                da. Pero téngase en cuenta, que
                los sueños de hoy suelen ser la rea-
                lidad de mañatta.
                
                Es á la juventud de Entre Bios,
                llamada á edificar sobre las ruinas
                del pasado, consumando las refor-VIH
                
                mas de su constitución y demás
                leyes, á la que dedicamos esta la-
                bor, en homenaje de fraternidad.
                
                Clodomiro Cordero.
                
                9
                
                ORIGEN" DE ESTE LIBRO
                
                El ex-ministro de hacienda
                de EntreRios, nuestro ilus-
                trado colega, doctor don Juan
                A. Mantero, nos favoreció con
                la carta que sigue :
                
                Mi querido Clodomiro:
                
                jHe visto anoche una carta tupa,
                y me ha llenado de placer verte en
                la corriente de ideas  en que te en~cuentras, respecto á la imprudencia
                con que se ha tocado la cuestión ca-
                pital.
                
                Si escribieras en un diario serio
                en el sentido indicado, prestarías un
                verdadero servicio á la provincia de
                J5ntrc~Rios, que necesita de admi-
                nistración, p no de agitaciones in-
                conducentes.
                
                %e lo pido en nombre de nuestra
                amistad, p en nombre de los víncu-
                los que nos ligan a la suerte de este
                querido  pedazo del  suelo argentino.
                
                "¡Haz un paréntesis pequeño cada
                dia a las tarcas del bufete, p escri-
                be artículos sensatos, como los que
                salen de tu ejercitada pluma, en el
                sentido de demostrar la ínconvenien-
                
                XI
                
                cia de tocar la cuestión capital, b
                de removerla sin objeto ni proposito
                elevado.
                
                Je lo agradecerán tus amigos, j>
                más te lo agracerá la historia.
                %e quiere siempre
                
                Tu verdadero amigo,
                
                JUAN A. MANTEKO.
                
                Uruguay, capital de la Provincia, Mayo 87
                de 1883.
                
                Tanto por complacer al ami-
                go, cuanto por realizar un le-
                gítimo deseo, hemos puesto
                cima á la serie de artículos
                que simultáneamente publicá-
                ramos en "Las Provincias" yxn
                
                en " El Libre Pensador ", y que
                forman estas páginas.
                
                Es al calor de arraigadas
                convicciones que ofrecernos al
                pueblo entre-riano el contin-
                gente de nuestro humilde cri-
                terio.
                
                Unidos á él por el doble
                vínculo de la sangre y del
                afecto, no pueden sernos, en
                manera alguna, indiferentes
                sus debates.
                
                Todo lo merece aquel pue-
                blo heroico, iniciador de los
                grandes movimientos de Mayo
                contra la tirania, que dieron
                por resultado la existencia
                constitucional de la República.
                
                xm
                
                Todo Jo merece la Irlanda
                Argentina, á quien nunca fal-
                taron para la defensa de su
                soberanía no delegada, ni los
                O'Connel, ni los Parnell, cu-
                yos écos enérgicos, valientes,
                aun parecen   resonar en la
                soledad de sus bosques y en
                la superficie de sus plateados
                rios. *
                
                Aunque venidos á la vida
                en este centro, no menos ilus-
                tre por sus hechos, mucho
                hemos gozado siguiendo á los
                hijos de Entre-Ríos en sus
                rasgos de varonil y patriótico
                carácter, conservando el re-
                cuerdo de la sombra protec-XIV
                
                tora de sus frondosos árboles,
                que disfrutáramos al amor
                de sus hogares hospitalarios.
                Allí, donde el cielo azul, las
                brisas perfumadas, y el canto
                de los trovadores de la selva,
                convidan á soñar con un por-
                venir, que, si no lo alcanza-
                mos nosotros, lograránlo nues-
                tros descendientes.
                
                Ojalá sean estas pajinas leí-
                das é interpretadas con el
                mismo generoso sentimiento
                con que han sido escritas.
                
                I
                
                Cuenta la historia que los pueblos de
                la antigüedad solían jugar su suerte al
                éxito de un combale singular. Así
                Roma la expuso un dia al azar del sa-
                crificio de los Plorados, y Alba al de
                los Curiacios.
                
                La Esparta Argentina, aprestando
                sus armas, va también hoy, como
                aquellos rivales, á jugar tu suerte al
                éxito dudoso de una lid, en la que dos
                
                Íiueblos hermanos quieren disputarse
                a victoria.
                
                Los dos son hijos genuinos de la
                conquista y de la vida independiente
                argentina. Mecióles su cuna el colo-
                niaje, y hánse desarrollado nutriéndose
                de la sávia revolucionaria.
                
                Ya venza el uno, ya venza el otro
                de esos dos pueblos gemelos, los que
                les contemplamos con patriótica inte-rés, jamás aplaudirémos el triunfo del
                vencedor sobre las ruinas del vencido.
                
                ¿Qué resultado práctico obtendrá la
                provincia de Entre-Rios tras la con-
                tienda civil iniciada de los hijos del
                Paraná con los hijos de la Concepción
                del Uruguay?
                
                Ninguno!—desolación y luto; la di-
                visión radical de los habitantes del li-
                toral del Paraná con los del litoral del
                Uruguay; y, acaso, en lo porvenir, en-
                señoréense dos efímeras republiquetas,
                limitadas por el Gualéguay.
                
                ¡Qué más quisieran Tos eternos ene-
                migos del indómito pueblo entre-riano,
                de ese puñado de valientes, que todo
                lo expuso en áras de la libertad de la
                patria, que verlos divididos, despeda-
                zándose mutuamente, y anaquiladas
                sus fuerzas por el odio!
                
                La turba de merodeadores políticos^
                que husmea el hedor de los cadáveres,
                precipitariáse nuevamente sobre aquel
                suelo querido, como hambriento cha-
                cal, para devorar su presa.
                
                ¿Acaso han olvidado los entre-rianos
                cómo avalanzáronse un dia sobre su
                provincia los mercenarios de todas
                partes, disputándoles hasta el más in-
                significante puesto público, poniendo
                
                en juego aviesas intenciones, sirvién-
                dose del dolo, del espionaje, de la adu-
                lación servil,de todo género de bajezas,
                para el logro de bastardos fines?
                
                No! que no se borra así como quiera
                de la memoria de los pueblos la dura
                lección del sufrimiento!
                
                ¡Deténganse, pues! No se precipiten
                en la pendiente resbaladiza de una lu-
                cha fratricida sin horizontes!
                
                [Recuerden cómo—después de dar y
                recibir la muerte; después de pelear en
                campo abierto,—fueron perseguidos y
                cazados cual aves en las ramas y ma-
                lezas, que servíanles de refugio contra
                sus encarnizados enemigos; y cómo—
                hasta en presencia de inofensivas mu-
                yeres—arrancábanles sin piedad el co-
                razón I
                
                Recuerden la última palabra de pro-
                testa de sus héroes y de sus mártires!
                
                jY recuerden, sobre todo, el llanto, la
                desesperación de la madre, de la espo-
                sa y del huérfano, en la soledad del
                hogar, condenados á la eterna ausen-
                cia de sus deudos queridos!
                
                Entre-Rios ha menester reconquis-
                tar, con la labor pacifica y fructífera.,
                su antiguo esplendor.
                
                Pasaron ya los tiempos en que sustitánicos esfuerzos por la nacionalidad
                argentina, y sus caudillos afortunados,
                le Hieran preponderancia
                
                Sus gobernantes de hoy no pueden
                aspirar, sin el sacrificio estéril de sus
                gobernados, a altas posiciones en el
                orden nacional.
                
                En una sociedad como la nuestra,
                no es posible disputar la preponderan-
                cia a las figuras políticas de moda, sin
                acometer larga tarea, erizada de difi-
                cultades, y sin condenar nuevamente a
                los entre—ríanos á vergonzoso ilotis-
                mo.
                
                Y aquel pueblo, después de haber
                desempeñado el alto rol de iniciador y
                apóstol de los grandes movimientos
                nacionales, agobiado por el peso de
                sus glorias, cuya alma agitóse siempre
                portas libertades patrias, no puede,
                sin echar un negro velo sobre su pa-
                sado, convertirse en instrumento cie-
                go de sórdidas pasiones de politicas-
                tros cuneros.
                
                {Alerta, pues! que el vencedor en la
                fraternal contienda,cual Horacio, el hé-
                roe romano, no obtenga por único fru-
                to, el estallido de quejas é imprecacio-
                nes de sus hermanos, y le arrastren
                hasta las gradas del suplicio.
                
                n.
                
                El lugar de la residencia del gobier-
                no de una provincia, ó de una nación,
                ¿puede ser asunto que merezca la divi-
                sión radical de verdaderos patriotas?
                
                Decididamente no.
                
                Las naciones del Viejo Mundo deben,
                en su mayor parte, el origen de sus
                capitales, á la voluntad de los señores
                feudales, ó de los reyes absolutos,
                quienes las gobernaron, ó dispusieron
                caprichosamente de sus destinos.
                
                Las capitales de Francia y de Espa-
                ña, antes de ser establecidas en las
                ciudades donde existen hoy, existieron
                en otros centros de provincia, donde
                los caudillos, ó los partidos, resolvie-
                ron establecerlas.
                
                Si los Estados Unidos del Norte lle-
                garon á fundar una ciudad, crearon,
                puede decirse, su capital, revelandoestá ese hecho, que sus más importan-
                tes hombres comprendieron que no de-
                bían imponer á ninguno de sus gran-
                des emporios comerciales, los graves
                inconvenientes que acarrea la agrupa-
                ción de los empleados públicos.
                
                Si el catolicismo bregó por tantos
                años por reconquistar á Jerusalem, pa-
                ra hacerla residencia de sus autori-
                dades, como briega aún por conservar-
                le ese carácter á Roma, ha nido, ce-
                diendo más á preocupaciones, hijas de
                la tradición, que á la sana razón de un
                criterio independiente-
                Igual cosa puede decirse de esas
                multitudes del pueblo italiano, que han
                derramado su sangre por ver en la
                ciudad de los Césares, flamear, triun-
                fante, la bandera de la unidad de ¡a
                patria, y porque residieran en ella sus
                primeras autoridades civiles.
                
                Los argentinos mismos, que han
                venido reclamando la residencia del
                gobierno federal en Buenos Aires, han
                cedido más á preocupaciones invetera-
                das, que á exigencias de elevado pa-
                triotismo.
                
                El pensamiento libre que debe guiar
                los actos de los hombres y de los pue-
                blos, no puede aceptar, como único
                
                fundamento, la tradición, que no se mo-
                difica por el tiempo y sus enseñanzas,
                y que es esclava del sentimiento
                
                Los estados grandes, ó pequeños, no
                deben vivir ligados completamente á la
                escuela histórica, si penetran sus des-
                tinos, y sus hombres aspiran á identi-
                ficarse con el espíritu moderno.
                
                Hacer cuestión sobre si deben resi-
                dir sus autoridades en este, ó en aquel
                paraje de su territorio; es esterilizar
                fuerzas morales y materiales en asunto
                balad í.
                
                Es reproducir aquellas luchas que
                tanto preocuparon al Viejo Mundo en
                la Edad Media, por símbolos y fami-
                lias, de muy pobre significación para el
                bienestar de la humanidad.
                
                Las democracias de América, con
                más estensos horizontes que las viejas
                monarquías de Europa, tienen otros
                problemas de organización política,
                más vastos, y más dignos de la aten-
                ción de sus miembros.
                
                Si nuestros hombres públicos se
                penetrasen de la máxima inglesa: El
                tiempo es dinero, no los veríamos pre-
                cipitarse, arrastrando á la juventud
                inexperta, que frecuentemente los sigue
                en pos de quiméricos ideales, esterili-zando, de esta suerte, exhuberante vi
                tálídád, en nimias cuestiones.
                
                Los gobernantes dé un pais republi-
                cano-democrático, están bien siempre
                en su territorio, ya sea ó no populoso
                el lugar de su residencia, siempre que
                se inspiren sus actos en la más recta
                justicia, y sean capaces de hacer acatar
                su autoridad, sin menoscabo de las
                libertades públicas.
                
                El vapor, el telégrafo, y todos los
                elementos de fácil comunicación, que el
                progreso ofrece, acortan las distancias,
                salvando inconvenientes, y habilitan
                al gobernante de buen sentido para
                discurrir como el comensal, que pre-
                tendía hacer la grandeza de la locali-
                dad en donde asentaba sus reales.
                
                La residencia de los poderes públi ■
                eos de un Estado, en una ciudad cual-
                quiera, léjos de ser un beneficio para
                ella, le crea inconvenientes á su desar-
                rollo, de los cuales no puede darse
                cuenta quien vive ofuscado por bastar-
                das pasiones.
                
                La empleomanía y la avidez con que
                la gente del poder procura enriquecer-
                se á espensas del pueblo, comprometen
                su crédito, grávanlo con impuestos
                enerosos, y lo martirizan, haciendo es-
                
                fuerzos por exagerar una autoridad,
                tanto más respetada cuanto ménos in-
                tolerante es.
                
                En América, los resabios del colo-
                niage, insensiblemente convierten al
                
                Sobornante y sus agentes, en un sér
                ivorciado de la opinión pública, y con
                más ínfulas que un mandarín de la
                China,' infanzón de pro, ó fidalgo por-
                tugués.
                
                Ofrecerle, pues, á una ciudad comer-
                cial de recursos propios, tan libre como
                lo fueron las ciudades Ansiáticas, el
                presente griego del bombástico título
                de capital, equivale á ofrecerle la limi-
                tación de beneficios que la hacen inde-
                pendiente y feliz
                
                El boato del empleado y del militar
                despierta á los que no lo son, el deseo
                de serlo, y enagena á la industria y al
                comercio la suma c'e un cauda! de bra-
                zos é intel'genc'as, capaz de engrande-
                cerlos, prepara la fragua de los dés-
                potas. Agregúese á esto la ¿upresion
                de sus au'or'd*- es prep:as, reempla-
                zadas por otras, que representan la
                voluntad generar del E;íac'o, y tendre-
                mos el escamoteo de una rnionomia
                local, que satisface y dignifica á una
                ciudad,por la provincia ó por la nación.—10—
                
                Por eso, en los Estados-Unidos del
                Norte, Nueva York, que es la ciudad
                verdaderamente metropolitana, no ha
                aceptado nunca ser ni siquiera la capi-
                tal del Estado á que pertenece; y la Sui-
                za, hasta hace poco, tenia su ca-
                pital movible, trasladándola,periódica-
                mente, como cumple al gobierno de
                una federación, que no aspira á pre-
                sentarse con magnificencia á la faz del
                mundo, en mengua de sus intereses
                comunes y de la autonomía de sus ciu-
                dades más importantes.
                
                Los gobernantes austeros, de verda-
                deras virtudes cívicas, jamás deben
                exijir de sus gobernados—porque no lo
                necesitan—pingües rentas, suntuosos
                
                Ea lacios, y cohorte de engalonados ca-
                alleros, si velan por la suerte del sue-
                lo que les vio nacer; si alguna vez, en
                horas de reposo, dando treguas al pla-
                cer, meditan sobre la necesidad impe-
                riosa de allanar el camino á la nivela-
                ción social, que, con tanta justicia,
                reclaman los pensadores modernos.
                
                Pobres pecheros de los señores que
                la vieja Europa esputaba en sus ané-
                micos accesos, vigorosa planta, surgida
                de la fecundante sávia de un suelo vir-
                gen y de carcomida semilla, agrupación
                
                cosmopolita de los naturales de un Con-
                tinente que se regenera, ó perece, san-
                grándose, y arrojando á todos vientos
                sus mutilados miembros, no debemos,
                en manera alguna, con nuestras pro-
                pias manos, tejer la red de acero con
                que los déspotas aprisionáran á nues-
                tros mayores, y convirtiéranles en es-
                cabel de funestas ambiciones.
                
                Ciudad, estado, ó nación, toda agru-
                pación de hombres libres en América,
                no ha menester ya de fausto aristocrá-
                tico, ni de gobernantes que sueñen con
                oropeles, fantásticas riquezas, con po-
                deríos, de todo punto imposibles, sin
                el sacrificio, sin la muerte de sus go-
                bernados.
                
                No fué la riqueza y el poder militar
                de los Calígula , de los Nerón, de los
                Tiberio, de los Césares, lo que hiciera
                la gloria mayor de Boma, y lo que
                eternizára sus instituciones. Fué la
                sabiduría de un Justiniano, de un Ci-
                cerón, y de tantos otros insignes sábios
                que nos legaran el tesoro de sus inge-
                nios, en enseñanzas inmortales. Fué,
                sobre todo, Ja inspiración patriótica y
                austera de Catón, y del labrador Cinci-
                nato.m.
                
                El viajero, al trepar por las corrien-
                tes del Paraná, con la vista fatigada en
                presencia de los variados paisages que
                las floresta» del delta argentino ofrecen,
                al dobldr verde ensenada, sobre agres-
                tes barrancas, verá que destácase, co-
                mo nido de águilas en las alturas, la
                antigua capital de la Confederación Ar-
                gentina, y varias veces de la provincia
                de Entre—Ríos.
                
                Al llegar á ella, y contemplarla dis-
                tante la ribera, habrá de reflexionar
                siempre: ¡Cuán temerosos vivirían sus
                fundadores de las sorpresas del audaz
                navegante payaguásl Y al recorrer sus
                
                —13—
                
                tortuosas calles, habrá de evocar el re-
                cuerdo, no solo de los hombres de la
                Confederación, que, desde aquella cima
                agitáran con su aliento las multitudes
                del pueblo argentino, ávidas de rege-
                neración y bienestar, si que también
                los indómitos compañeros de Ramírez,
                
                S[ue, después de haber paseado triun—
                antes, como fantás ticos centáuros, ám-
                bas márgenes del rio, cayeron, cual
                león herido, bajo el imperio de estraños
                gobernantes, de los Mansilla y los
                Echagüe.
                
                Parécenos escuchar su monólogo:
                ¿Qué fueron—dirá—de aquellos ora-
                dores y escritores ilustres, que dieran la
                fórmula de conquistas liberales, alcan-
                zadas en la lucha colosal de medio si-
                glo, por la organización nacional?
                
                ¡Que fué de tantos y tantos guerreros
                que, al compás de bélicos clarines,
                convocáran á sus hermanos á la lid, ó
                entonaran himnos de victoria?
                
                El éco del golpe del picapedrero, que
                prepara la piedra para elaborar la c<J;
                el acompasado tic-tac de la máquina á
                vapor, cuyo engranaje tritura la dorada
                míés; el chasquido del látigo del labra-
                dor, que fustiga al generoso bruto para
                que ábra hondo surco en la fecundatierrá; el monótono ruido del rodar del
                vehículo, portador de mil variados pro-
                ductos; las modulaciones dei tierno in-
                fante, que, al tañido de la campana del
                cercano templo, recordándole la hora
                de sus tareas escolares, encamínase á
                la escuela, murmurando sus lecciones;
                la voz de la tímida doncella, que, ento-
                nando patrias canciones, flotante su
                negra cabellera, lánzase, presurosa, á
                sus jardines, para cojer el azahar y la
                blanca azucena, que, envidiosas de las
                perlas de su boca, detiénense, avergon-
                zadas, en sus purpurinos lábios, en tan-
                to su anciana madre, salmodiando mís-
                tica oración, comtémplala gozosa.
                
                Desde el humilde pastor, que, tre-
                pando la verde colina, en pos de su
                rebaño, canta sus alegrías, ó sus pe-
                nas, hasta el laborioso industrial, que,
                también cantando, gana, con el sudor
                de su frente, el pan del cuerpo y del es-
                píritu; todo en armónico concierto, y
                cual si entonase himnos de alabanzas,
                al trabajo, dirále al sorprendido via-
                jero :
                
                El fausto, las grandezas y el poder,
                que la política y la gloria militar ofre-
                cen, son tan efímeros para los pueblos,
                como para los hombres.
                
                —16—
                
                Lo único duradero, vivido, que res-
                peta la mano del tiempo, y que no pere-
                ce nunca, es la obra del humano esfuer-
                zo, en la labor paciente, constantey ab-
                negada, que produce sazonado fruto,
                que alimenta el amor entre los hom-
                bres, que da la vida, sin ofrecer la
                muerte.
                
                Sí!—Todos los paranaenses diránle:
                ¡Acá nos tenéis!
                
                Las luchas civiles sacrificáron ó dis-
                persáron á todos vientosá nuestros her-
                manos, dejando nuestros hogares tris-
                tres, desiertos, sin la luz de la espe-
                ranza; pero cobrando nuevas fuerzas
                de nuestra propia debilidad, de las rui-
                nas hemos regenerado nuestra exis-
                tencia y hemos convertido campos de
                soledad, en centros de movimiento acti-
                vo, comercial, haciendo surgir con la
                labor común, esas sábanas de verdu-
                ra, esos amenos jardines, que con-
                templáis.
                
                Necesitábamos población. Y todos,
                comprendiendo como Alberdi, que ci-
                vilizar es poblar, hemos tendido nues-
                tros» brazos al inmigrante europeo, para
                estrecharlo fraternalmente, ofrecién-
                dole los instrumentos del trabajo, que
                elevan y dignifican.—16—
                
                No pedimos nada á los gobernante
                que no oea el respeto á nuestros dere-
                chos y su libre ejercicio-
                No queremos que vuelvan los tiem-
                pos en que los caudillos de las provin-
                cias circunvecinas suprimían nuestra
                soberanía, imponiéndonos sus capri-
                chos.
                
                Harto tenemos ya con la prepon-
                derancia clerical, que pesa sobre no-
                sotros, representada por un obispo y
                su séquito de manos muertas.
                
                Se habla de convertir nuestra ciudad
                en capital déla provincia.
                
                Nosotros no aceptamos ni rocha-
                mos ese titulado honor.
                
                Una amarga experiencia nos ha de-
                mostrado, que nada vale un titulo que
                los partidos políticos dan y quitan, se-
                gún sus necesidades transitorias.
                
                Para nosotros, demócratas sinceros,
                representa más mérito el título de
                ciudad libre, que nuestras frecuentes
                
                Erotes tas de los atentados del podej^
                a mucho tiempo nos conquistára, que
                el título transitorio de capital de la
                provincia.
                
                Nuestro rol de capital de la Repúbli-
                ca, solo, nos dejó por único fruto, edifi-
                cios públicos en ruina; la repartición
                
                de las tierras del municipio entre los
                favoritos del poder, y un comercio ex-
                hausto, cuyo crédito, comprometido
                por las exigencias oficiales, á duras
                penas levantóse de su postración.
                
                ¿Se intentará darnos una vez más
                ese presente griego con el bombástico
                titulo que se nos ofrece de capital de la
                provincia?
                
                Mucho tememos que así suceda, pues-
                to que nuestro gobierno carece de pros-
                peridad económica, y habria de impo-
                nérnos iguales sacrificios.
                
                El espíritu liberal que se revela en
                nosotros, es hijo de la instrucción que
                nuestros establecimientos públicos de
                enseñanza nos proporcionan, merced
                al esfuerzo común del elemento activo
                de trabajo que representamos.
                
                Acá, la clase militar no tiene prepon-
                derancia, y ,con fundada razón, teme-
                mos que ella y la empleomanía vengan
                nuevamente á ser nuestra carcoma.
                
                Las reflexiones que preceden, más ó
                menos explícitas, han de ser hechas
                por los hahit antes del Paraná.
                
                Conocemos el espíritu elevado que les
                anima, y cómo sus rasgos de genial
                independencia no se armonizan con el
                rol que, caprichosamente, se pretende—18—
                
                asignar á la, con justicia, llamada Ciu-
                dad Ubre de Entre Bios.
                
                Con razón podrían aquellos decirle
                al general Racedo, como el sábio grie-
                go decia al vencedor de su patria:
                
                *¡No me ocultéis el sol ron ti esplendor
                de vuestro triunfo!»
                
                IV.
                
                ¿Conocéis el Rhin de Sud América^
                el pintoresco Uruguay?
                
                ¿Os habéis dejado llevar alguna vez
                por sus perfumadas corrientes?
                
                ¿Habéis admirado sus bellísimos pai-
                sages? ¿Sus islas llenas de exhuberan-
                te vegetación, flotantes canastas de
                flores sobre el líquido elemento? ¿Los
                numerosos pueblos que á sus márge-
                nes destácanse, como bandadas de
                blancas palomas sobre verdes colinas?
                ¿Habéis contemplado ese cuadro es-
                pléndido, de una naturaleza virgen, que
                perdurablemente se retrata en el espe-
                jismo de sus aguas?
                
                Pues yo lo he recorrido hasta sus
                más imponentes remolinos, hasta don--20—
                
                de sus olas se levantan crespas é im-
                petuosas, saltando de uno á otro pro-
                montorio, á manera de ejército de
                bridones en vertiginosa carrera, cuyos
                cascos arrojáran á todos vientos, nu-
                bes de perlas, doradas por el sol.
                
                Yo he contemplado de cerca su cata-
                rata, por su imponente magestad, dig-
                na rival del Niágara.
                
                Cada piedra, cada árbol, de aquellos
                parajes, es un testigo mudo de lejan-
                darios hechos, una página viva de la
                historia patria.
                
                Allá, la mesa de Artigas, verde cono,
                tronchado, por cuyas paredes cortadas
                á pico por la mano de la naturaleza,
                deslizaba el caudillo oriental sus vícti-
                mas, envueltas en fresca piel de los
                brutos que devorára en sus saturnales.
                
                Allá, San Antonio, donde el génio
                de la guerra popular de los tiempos
                modernos, el inmortal Garibaldi, en—
                sayára su titánico aliento contra los
                déspotas de América, que más tarde
                había de servirle para la redención de
                su patria.
                
                Allá, Yataí, donde las hordas fanáti-
                cas del tirano paraguayo, fueron dete-
                nidas en su marcha por la pujanza del
                brazo argentino y oriental, y obligaron
                
                á idolo é idólatras á refugiarse en las
                selvas de donde surjieran, y á perecer
                en ellas.
                
                Allá, Paisandú, donde Argentó y sus
                compañeros, como Leandro Gómez y
                los suyos, renovaron las hazañas de
                Leónidas; y, con la preciosa sangre
                de sus venas, escribieron la leyenda
                más heróica que registra la historia de
                nuestras luchas civiles.
                
                Allá, el Paso de Sandú, por donde
                Urquiza lanzóse con sus legiones, cual
                el héroe romano al Rubicon, para pa-
                sear, triunfante, su lábaro de redención,
                y, unido á los defensores de la Trova
                Americana, iluminar los pueblos del
                Plata con el fulgor de la victoria de
                Caseros.
                
                Por ultimo, allá, entre arroyuelos
                cristalinos de doradas arenas, á la
                márgen de grandes desbordes del rio,
                con el risueño aspecto de ciudad suiza,
                reproduciendo su imágen en el movible
                elemento, la Concepción del Uruguay,
                que el conquistador fundara en un ins-
                tante de tregua á sus combates con el
                indómito charrúa.
                
                Calles perfectamente delineadas; edi-
                ficios de arquitectura ligera y elegante;
                una población de siete mil almas pró——22—
                
                ximamente, constituyen la Wittemberg
                Entre-riana, donde, pocos años ha,
                más de 700 americanos renovábanse
                anualmente para iniciarse en las cien-
                cias.
                
                Paréceme escuchar su recreo, reve-
                lado por vocinglera algarabía, cuyo éco
                repercutíase leguas á la redonda, y
                verlos dispuestos á tender el vuelo,
                cual ansiosas golondrinas, en busca de
                regiones apartadas.
                
                Oradores, majistrados, escritores,
                militares, comerciantes, industriales,
                agricultores, todo surgió de aquella
                arca de Noé, desparramándose desde
                el Plata hasta los Andes, prodigando
                sus conocimientos científicos en el
                áula, en el foro, en el libro, en la pren-
                sa, en la tribuna, y hasta en los cam-
                pamentos. Esa juventud, como la wit-
                temberguesa, llevaba en su cerebro y
                en su corazón la chispa del 93, que in-
                cendiara el corazón de América para
                trozar sus cadenas.
                
                Estudiantes y empleados constitu-
                yen , desde muchos años ha, la pobla-
                ción de aquella ciudad especial.
                Jjf La repartición de la tierra en su de-
                partamento, á la inglesa, en grandísi-
                mas  fracciones, impide* su desarrollo
                
                —23—
                
                comercial, reduciéndola á ciudad esen-
                cialmente oficial y estudiantil.
                
                Si los que dispusieron de los desti-
                nos de Entre-Ríos, hubiesen sido ca-
                paces de penetrar sus necesidades del
                porvenir, y preparar la satisfacción de
                ellas, ha mucho tiempo, que debieron
                dar á la Concepción del Uruguay ma-
                yor ensanche á su ejido, y dividir la
                propiedad territorial en su departa-
                mento, correspondiendo así á las exi-
                gencias económicas modernas.
                
                Si como se anuncia, la capital de la
                provincia desaparece' de allí, su na-
                ciente comercio desaparecerá también
                por completo.
                
                La ciudad de Colon surte hoy su
                campaña y á Villaguay, como Guale-
                guaychú surte al Tala y su campaña.
                
                Los grandes establecimientos de
                Unzué y Urquiza, que abarcan un pe-
                rímetro inmenso, tienen sus casas de
                negocios propias, de las cuales se sur-
                ten, y para nada necesitan los artículos
                que se espenden en la Concepción del
                Uruguay.
                
                Suprimida la capital allí, que le fa-
                vorece, por haber sido convertida
                aquella ciudad en residencia exclusiva
                de las autoridades de la provincia,-24-
                
                desde luengos años, veríase reducida á
                su total ruina.
                
                ¿Convendría á Entre-Rios destruir,
                por un rasgo de impreditacion de sus
                hombres, una de sus ciudades más
                importantes hoy en la costa del Uru-
                guay?
                
                De ninguna manera.
                
                Sería un hecho de la más notoria
                impericia, y una herida de muerte al
                corazón de sus patriotas.
                
                La gran trascendencia que los actos
                de sus gobernantes alcanzaron siem-
                pre en el país, débese principalmente á
                su posición estratégica.
                
                Desde allí fácilmente mantuvieron
                relaciones con los hombres de la políti-
                ca oriental, y, sobre todo, con los
                grandes partidos que dividieron la opi-
                nión en nuestra Atenas.
                
                Alejarse del centro natural de todo
                movimiento activo de opinión; privarse
                de la comunicación directa y rápida de
                que ya se goza en el litoral del Uru-
                guay, á donde arriban naves de los
                más remotos paises, para esportar los
                preciosísimos productos de sus facto-
                rías, seria un error lamentable, que, á
                todo trance, deben evitar los que velen
                por el bienestar de la patria.
                
                —25—
                
                Téngase presente, que alejarse de la
                capital de la República, equivale á pri-
                varse de beneficios, que las relaciones
                íntimas proporcionan, y á quedar su-
                bordinados á los que más se acer-
                quen.
                
                Las líneas férreas existentes y en
                proyectos, unirán las costas del Uru-
                
                guay y las del Paraná, como unieron
                orrientes á Concordia, facilitando á
                la administración pública los medios de
                hacer efectivas sus resoluciones.
                
                Bajocualquier prisma que se mire
                esta cuestión, ha de resaltar lo impro-
                cedente que es, en la actualidad, espo-
                nerla al debate de una convecion.
                
                Entre-Rios no ha menester ya de
                luchas ardientes sobre temas reñidos
                con su bienestar y progreso. Es la co-
                marca entre nosotros que más se ase-
                meja á Bélgica, porque es relativamen^
                te la más populosa; y como su territo-
                rio no es muy eslenso, fácilmente se la
                gobierna de cualquiera de sus extre-
                mos.
                
                Y aún cuando no aceptamos las teo-
                rías que se apoyan en ráncias escuelas,
                no podemos desconocer que la Concep-
                ción del Uruguay tiene en su abono,
                en esta cuestión, la historia y las exi-gencias de carácter político y económi-
                co que acabamos de señalar.
                
                Allí nació Ramírez, el primer soste-
                nedor, con los Carrera, del espíritu au-
                tonómico que diera origen al régimen
                federativo.
                
                Allí Urquiza, el vencedor de Case-
                ros, que, con su espada victoriosa, tra-
                zó a los constituyentes del 53- la senda
                que más tarde nos condujera á la rea-
                lización de los patrios ideales.
                
                No le suprimáis, pues, el carácter
                que le imprimiera Posadas, porque con
                él suprimiríais la página más brillante
                de vuestra historia, hiriendo de muerte
                una de las más valiosas perlas del
                Rhin de Sud-Amórica.
                
                V,
                
                Una ciudad que nace, es un eslabón
                * más de la cadena que une al hombre
                
                con el hombre, es la prolongación de
                la familia humana hácia sus horizontes
                indefinidos.
                
                Por eso, los fundadores de ciudades
                recibieron siempre el aplauso do sus
                coetáneos, y el de la posteridad. Y los
                que las condenan á muerte, solo consi-
                guen la maldición de los buenos.
                
                Por eso, Saint Just, obligado á cum-
                plir el mandato de la Convención para
                demoler la ciudad rebelde, solo se li—
                ■4 mita á efectuarlo simbólicamente.
                
                Por eso, los que intentan herir de
                muerte la existencia de la Concepción
                del Uruguay, despojándola del titulo de
                capital, que altas conveniencias políti-
                cas y económicas le impusieran, solo
                alcanzarán, como castigo, la condena-—28—
                
                cion del pueblo, y, acaso, como Sansón,
                perecerán bajo el peso abrumador de
                sus ruinas.
                
                No impunemente obligaráse á sus hi-
                jos á abandonar, como los héroes del
                poema de Longfellow, sus viejos lares,
                y á ir errantes, blasfemando de la ad-
                versa suerte.
                
                jCuánta esperanza realizadal ¡Cuánta
                defradaudal [Cuánta risa y cuanta lá-
                grimal ¡Cuanto capital acumulado por
                el común esfuerzo! ¡Y cuanto es-
                fuerzo perdido en el misterio de los
                tiempos, representa la formación de
                una ciudad!
                
                Primero, un aduar; más tarde, la ca-
                bana; después, la casa del solariego;
                y por último, el palacio del elegido de
                la fortuna.
                
                El árbol inculto del bosque, trasfór—
                mase en planta protectora del hogar,
                para luego servir de ornamento en los
                jardines.
                
                A cada infante que viene á la vida,
                nuevo miembro de aquella comuna, el
                abuelo, quien, á pesar de haberle arre-
                batado el progreso su alto rol de pa-
                triarca, conserva aun su autoridad por
                el cariño de sus descendientes, planta
                un árbol conmemorando su nacimiento.
                
                —29—
                
                Asi, el recuerdo del hogar y del ár-
                bol, que nunca niegan, el amor, el pri—
                mero,y su benéfica sombra, el segundo,
                queda grabado indeleblemente en el
                corazón del hombre; y á ellos torna
                siempre los ojos con ansiedad, ya pró-
                ximo, ya distante, en demanda de con-
                suelo para su fatigado espíritu por las
                luchas de la vida.
                
                Asi, los moradores de las faldas del
                Vesubio, á pesar de vivir sobre la tum-
                ba de los hijos de Pompeya y de Her—
                culano, prefieren desafiar la muerte,dia
                por dia, á perder por siempre sus ri-
                sueñas praderas, sus perfumadas bri-
                sas, los encantos del famoso golfo de
                Nápoles.
                
                Asi, nuestros compatriotas de Men-
                doza, los generosos y valientes auxi-
                liares del Gran capitán de los Ancles,
                viven enclavados á las ruinas donde
                yacen sus mayores, y conviértenlas en
                amenos lugares de recreo.
                
                Asi, yo, humilde hijo de la Señora
                del Plata, llevado por los vientos de
                la fortuna, á compartir el hogar y las
                esperanzas, ora con los s moradores de
                las márgenes del Paraná, ora con los
                de las costas del Uruguay, ya con los
                de la invicta Montevideo; en las solé-—80-
                
                dades de mi vida, gozo cuando ellos
                gozan, y sufro cuando ellos su-
                fren....!
                
                Es verdadl El hombre es un ser emi-
                nentemente sociable por sentimiento y
                por convicción; vive con el caudal de
                sus recuerdos inmortales; pero no debe
                jamás olvidar que su soberana razón lo
                separa y levanta sobre las demás es-
                pecies, y lo erijerey de la creación.
                
                Parécenos contemplar á los funda-
                dores de nuestras ciudades primitivas,
                aquellos denodados guerreros, vestidos
                de acero por los reyes de España, para
                ensanchar sus dominios, y arrancar
                los tesoros que la América escondía en
                sus entrañas.
                
                Sus luchas no tenian tregua. Era
                fuerza disputar á los indígenas, palmo
                á palmo, el suelo que pisaban.
                
                Hojeando la historia de la conquista,
                no se sabe qué admirar más, si la de-
                fensa heroica del salvaje por sus pá-
                trios lares, ó las hazañas de los intrépi-
                dos conquistadores.
                
                Pareciera que regiones como la del
                litoral del Uruguay, verdadero edén,
                solo pudieran ser destinadas á la vida
                tranquila de los puros afectos. Y, sin
                embargo, allíhánse desarrollado esce-
                
                —31—
                
                ñas sangrientas, desde los más reino
                tos tiempos.
                
                . Por eso, sus habitantes son aún lu-
                chadores incansables, si bien no dejan
                de ser obreros laboriosos del progreso.
                
                Sus populosas ciudades, susgrandes
                fábricas, y los mensageros que de otros
                países vienen en busca de sus riquezas,
                revelando están el espíritu emprende-
                dor que Ies anima.
                
                Los que, agasajados por la fortuna,
                ocupan allí altos puestos públicos, no
                debieran pretender alejarse de esa re-
                gión privilegiada, ni conspirar en daño
                de su creciente prosperidad.
                
                Allí existe todo cuanto es menester á
                la satisfacción de las más grandes am-
                biciones; y el desconocimiento de esta
                verdad, acusaría la más insólita ce-
                guedad intelectual.
                
                Abnegación y patriotismo, jamás des-
                mentido; genial independencia; lealcad
                á toda prueba, constituyen el carácter
                distintivo de sus hijos. Agréguese á
                todo eso, un climaapacible, mirajes es-
                pléndidos, y se verá que todo contribu-
                ye eficazmente para que el gobernante
                pueda seguir de cerca las evoluciones
                intelectuales del mundo, y conquistar
                su aplauso.
                
                9—32—
                
                Quien acepta la delicada misión de
                regir los destinos de una provincia, de
                la importancia de la de Entre-Rios,
                debe consagrar sus desvelos al cum-
                plimiento de sus altos deberes, y ma-
                nifestarse contento del favor qne le
                deparára la suerte.
                
                La complicada labor que ex ¡je sude-
                finitiva organización, es título bastante
                á perpetuar el nombre de aquellos que
                la encaminen á su completa realiza-
                ción.
                
                El peso insostenible de una gloria
                nacional; el vehemente deseo de alcan-
                zar un mejoramiento que se alejaba
                siempre, ó presentaba mirajes, engaño-
                sos, como los que ofrece el africano de-
                sierto á la carabana que busca su an-
                siado oásis, pudo tan solo lanzar sus
                hijos en las corrientes de sangrienta
                lucha civil.
                
                Pero el mundo es testigo de cómo en
                medio del combate, al estrépito de las
                armas, entre los gritos de agonía y
                los húrras de la victoria, oíanse pala-
                bras de paz y de confraternidad; y có-
                mo allí flameaba, á todos vientos,blanca
                bandera, en fa que campeaba su lema
                inmortal:
                
                «¡No hay vencidos, ni vencedora!»
                
                Después de aquella época nefasta, en
                que Entre-Eios agitábase sola en su pro-
                
                Sia sangre, sin una mirada compasiva
                e sus propias hermanas, negándose
                obstinadamente áver en aquella á la víc-
                tima expiatoria de comunes errores, no
                deben, ni pueden, aspirar sus gobernan-
                tes á otra cosa que á procurar la recon-
                quista de su antiguo esplendor, afron-
                tando las múltiples cuestiones de carác-
                ter   económico- administrativas^ que
                exigen inmediata solución.   Ahí ¡Cüán
                dolorosamente ha soportado,resignada,
                las consecuencias de funestos extravíos!
                
                Por desgracia, los que escalan las e-
                minencias del poder, rara vez descu-
                bren, desde sus alturas, el verdadero
                móvil porque se agitan los pueblos.
                
                Esa juventud, ávida de regeneración,
                que aspira noblemente á llevar é la
                práctica todos los ideales modernos,—
                como que recibiera de maestros ilus-
                tres sabias enseñanzas—y que viene
                escalando los primeros puestos oficiales
                de Entre Rios, debe preocuparse, an-
                tes que de la vieja cuestión «capital» en
                desentrañar los resabios que aun res-
                tan de gobiernos personales, rémora
                de todo público bienestar, en mengua
                de las democracias de América.VI.
                
                Si! Aquel pueblo de mártires, que
                siempre tuvo abiertas sus venas á los
                sacrificios por la libertad; sus apósto-
                les para el libre pensamiento, y para
                sus desdichas la resignación más abne-
                
                Sada^ es digno, por más de un titulo,
                el respeto de sus gobernantes.
                Acaso, tanta agitación, tanta ruina,
                y tanta risa sarcástica con que escar-
                necieran su heroísmo cobardes enemi -
                gos ¿fueron sobrellevadas para obtener
                en pago torpes imposiciones, y la
                usurpación de sus glorias por manda-
                tarios pigmeos, incapaces de medir su
                aliento?
                No!
                
                Toda una generación que ha vivido
                
                ■—as-
                
                ía vida de las sociedades libres, y que
                si no ha conseguido aun su grado má—
                ximun de perfectibilidad, á él aspira le-
                gítimamente, ha de robustecer esa ne-
                gación con espontáneos votos.
                
                Pasaron ya para no volver los tiem-
                
                f)os en que, antes de investigar la vo-
                untadsoberana de la provincia de En-
                tre Ríos, consultábase la opinión indi-
                vidual de iufatuados dulcamaras de
                la política.
                
                Un pueblo laborioso como aquel, que
                solo espera de su propio esfuerzo la
                realización de sus legítimas aspiracio-
                nes, ha mucho tiempo que debió mere-
                cer el respeto, ya que no el afecto, de
                los hombres que encumbráronse á sus
                espensas: y, lejos de pro vocarlo á es-
                tériles luchas, que solo dejan tras de
                si ruinas y desolación, debieron, con
                nobles ejemplos, estimularlo y alen-
                tarlo para que se consagrase á la úni-
                ca lucha de practico y positivo resulta-
                do: la lucha por el trabajo.
                
                Preguntad, sino, á los viejos adali-
                des, que, desde Ramírez hasta Urqui-
                za, regaron con su generosa sangre la
                región del Plata., delirantes, en busca
                de un bien social, que apenas vislum-
                braron: si la vida que hicieron fué la de—36—
                
                hombres librea con íntima conciencia
                de sús derechos, y os responderán:
                
                «Aunque poseídos de la intuición
                del bien, ansioso» de alcanzarlo, fui-
                mos tan solo escabel inconscientes de
                mandones déspotas»
                
                Asi fué en verdad.
                
                Al ciudadano de un pueblo emimen-
                temente democrático, no le es dado ci-
                frar su destino en la sonrisa más ó
                ménos espontánea y sincera de otro
                hombre, que vale tanto como él, ó,
                acaso, ménos.
                
                ¡Infelices de los contribuyentes de
                sangre y de dinero,  que   para lograr
                
                Sarantias individuales han menester
                e interminables antesalas, y, muchas
                veces, desempeñar, mal de su grado,
                el degradante papel de bufones, im-
                puesto por los poderosos!
                
                Desgraciados de los pueblos que ven
                trastornada la marcha de los poderes
                públicos por irritante absorción del
                gefe del ejecutivo, erijido, por su pro-
                pia autoridad, en legislador y juez;
                perniciosa incompatibilidad, que, sobre
                enajenarle la sumisión y acatamien-
                to del pueblo, de pábulo á luchas san-
                grientas, justificando así las revolucio-
                nes, que tanto mortifican el amor pro-
                
                —37-
                
                pío de inhábiles actores, condenados,
                
                Iior su imprevisión, á eterno fiasco en
                a comedia política.
                
                Fuerza es ya destruir de una vez
                por siempre, la omnipotencia estúpida
                del gobernador, y, sobre todo, la de
                esos señores departamentales de horca
                y cuchillo, titulados gefes políticos.
                
                Ya no hay ni puede haber razón que
                justifique la humillante actitud de una
                sociedad culta, prosternada de hinojos
                á las plantas de los mercaderes de su
                sangre y usurpadores de su gloria.
                
                Y es que sobre Entre-Rios, no solo
                ha pesado siempre la influencia perso-
                nal de individualidades funestas, sinó
                que también un despotismo legal incon-
                ciliable con los adelantos del siglo.
                ¿Que significa, sinó, el gobernador
                
                3ue organiza todos los poderes á inc-
                ida de su voluntad; que nombra y re-
                mueve todos los empleados provincia-
                les; que es juez arbitro en todas las
                cuestiones agrarias; que tiene la igle-
                sia, el magisterio y la instrucción pú-
                blica, bajo su inmediata dirección; que
                avasalla con los manejos de sus agen-
                tes, los gefes políticos, la vida de los
                municipios; que dispone á su albedrio
                de las milicias, y la militariza, ó impo-ne un militarismo más odioso aún, co-
                mo el de los improvisados guardias de
                seguridad?
                
                Arraigados males son estos, con-
                vertidos en preceptos constitucionales,
                
                3ue deben combatirse hasta su total
                esaparicion, descentralizando en cuan-
                to sea posible el poder público de la
                provincia de Entre-Ríos.
                
                ¿Porqué los que entre nosotros se
                encumbran han de tener aquellas atri-
                buciones, para disponer de nuestros
                destinos, de nuestra suerte?
                
                ¿Porqué en lugar desér unipersonal
                el poder ejecutivo, no es compuesto de
                varios miembros que constituyan con-
                sejo de estado?
                
                Asi está gobernado el país más libre
                de la tierra: Suiza.
                
                ¿Poi qué ha de ser elegido el gober-
                nador por una asamblea de notables, ó
                sea, indirectamente por el pueblo, en
                vez de ser electo directamente por el
                sufragio universal?
                
                ¿Porqué ha de elegir el gobernador
                sus ministros sin la intervención,
                cuando menos, del senado, como suce-
                de en Buenos Aires, siendo asi que
                esos ministros van á ser luego cole-
                gisladores?
                
                ¿Porqué ha de ser el gobernador ar-
                bitro en las cuestiones agrarias, cuan-
                do el único juez competente es el poder
                judicial?
                
                ?Porqué no se da vida á la institución
                municipal, reorganizándola bajo base
                más liberal, cortando el vuelo de sus
                pretensiones al gefe político, que, sin
                control, pesa siempre sobre los depar-
                tamentos como plancha de plomo?
                
                ¿Porqué el gobernador ha de ser juez
                lejislador, y hasta provisor ú obispo?
                Nuestro pais adolece del gran defecto
                en el órden provinciál como en el nacio-
                nal, de una centralización insostenible,
                sin mengua del honor patrio.
                
                Tenemos plétora de poder y anemia
                de justicia; plétora, más que originada
                por los actuales gobernantes, por los
                usurpadores que pasaron, dejando tras
                de sí, por toda herencia, sus errores y
                sus vicios, elevados á la categoría de
                leyes,que reclaman, á gritos, inmediata
                reforma.
                
                La provincia,como la nación, ha cen-
                tralizado la renta como los demás ra-
                mos de la administración pública; y,
                merced á ese sistema, el sueño más
                dorado del argentino, es llegar á ser
                gobernante, y no por el alto honor de—40—
                
                serlo en un pueblo como el nuestro, si-
                no para medrar á le sombra de torpes
                manejos.
                
                El dia en que los pingües beneficios
                y prevendas del gobernador, sus minis-
                tros, sus magistrados y gefes políticos
                y demás presupuestívoros, sean siquie-
                ra en número limitado, esos gana—
                
                J>anes, que tanto se vejan y apostro-
                án unos á otros, emprenderán, cabiz-
                bajos y mobinos, el sendero de sus ca-
                sas, resueltos á coadyuvar con sus mu-
                jeres en las tareas domésticas y feme-
                niles añagazas.
                
                Entre-Rios ha de meditar con prefe-
                rencia sobre estos tópicos que entrañan
                el porvenir de la patria, hoy que, mu-
                chos de los representantes de su ele-
                mento joven, van á formar parte de la
                convención reformadora.
                
                Ténganlo presente! No es trayendo
                al debate la vieja cuestión «capital»,
                dividiendo la provincia radicalmente,
                como han de asegurar su paz y su pro-
                greso; sinó abordando, sin reservas, las
                cuestiones que fueron siempre el verda-
                dero origen de su infortunio.
                
                VIL
                
                La marcadísima tendencia á centra-
                lizarlo todo, es el vicio más arraigado
                de nuestra organización política.
                
                De buen grado cederíamos nuestra
                representación, y hasta nuestros dere-
                chos, al primer venido, á cambio de
                ahorrarnos las molestias de tener que
                trasladar nuestra humanidad de un
                punto ó otro, ó dividir nuestro traba-
                jo. Cuestión es esta de clima, y, aca-
                . so, de nuestro origen monárquico.
                
                De ahi que, los que poco antes recla-
                manban libertades y garantías hasta en
                los campos de batalla, cedan blanda-
                mente á los caprichos de sus caudillos,
                y acepten la centralización más degra-
                dante.
                
                La ciencia política, como verdadera
                ciencia de aplicación, tiene ya sus tér-
                minos claros y precisos; y consultadacon espíritu despreocupado., nos de-
                muestra, que la 'verdadera libertad con-
                siste, no solo en la conservación del
                respeto de la soberania nacional, sinó
                en la conservación también del respeto
                de la soberania de los estados, que
                constituyen la nación; en la conserva-
                ción del respeto de la soberania de las
                ciudades, que constituyen el estado; en
                la conservación del respeto de la sobe-
                rania de las comunas, que constituyen
                las ciudades; y por último, en la con-
                servación del respeto de la soberania
                individual, cuya colectividad da origen
                á la comuna, á la ciudad, al estado, y
                á la nación.
                
                Garantir, pues, la existencia del
                hombre en la plenitud del goce de sus
                derechos^ es asegurarle la más alta de
                las aspiraciones porque se agita, y ga-
                rantir la existencia naciona'.
                
                Los que derrocaron el vireynato y lo
                reemplazaron en el mando de estas an-
                tiguas colonias, olvidáronse de su ori-
                gen, y vivieron requiriendo las armas
                á cada instante, con el nada santo pro-
                pósito de avasallar y humillar, matan-
                do, ó destinando álos cuerpos de línea,
                que vale tanto como esclavizar á la
                usanza romana.
                
                Pisotear, pues, con loa cascos del
                caballo los miembros mutilados del
                ciudadano enemigo, era lo mismo que
                destruir ciudades, estados, ó naciones,
                y someterlas á la voluntad de un tira-
                no, ó de oligarquías prepotentes.
                
                La contradicción más palpitante re-
                salta en sus hechos, y pareciera que
                aun sus descendientes no se hubiesen
                penetrado de la necesidad que hay de
                ajustar sus actos á lógica conse-
                cuencia.
                
                Si nuestros ascendientes hicieron la
                revolución de Mayo con e! patriótico fin
                de emanciparse de odiosa tutela, invo-
                cando el lema de la revolución france-
                sa: libertad, igualdad y fraternidad,
                sus descendientes no pueden centrali-
                zar hoy el gobierno del país, como lo
                vienen haciendo, sin apostatar de sus
                más santas creencias-
                Así como la colectividad no puede
                exijir al ciudadano servicios gratuitos,
                ni imponérselos, la nación, ni el es-
                tado, pueden exijir con justicia á una
                ciudad servicios á que no está obligada
                por la Carta, ó que ella no acepta por
                intermedio de sus lejítimos represen-
                tantes-
                No basta que una convención nació-nal, ó provincial, declaré á una ciudad
                capital de un estado, ó de una nación,
                es necesario que la municipalidad de
                aquella, libremente organizada, lo con-
                sienta.
                
                La sancien de una convención y de
                un congreso provincial, ó nacional, lle-
                vando á cabo tal imposición, importa
                la supresión de la autonomía de ciu-
                dad, cuyo respeto exije se llenen las
                formas que en todo pais libre existen
                para alcanzar su expresión.
                
                Fuerza es elevar la institución muni-
                cipal á la categoría de un cuarto poder
                del estado, si queremos el gobierno del
                pueblo para el pueblo, el self-gobern-
                ment, que ha engrandecido á Inglater-
                ra, Estados-Unidos del Norte, y
                Suiza.
                
                Entiéndalo así los que, por medio de
                una convención, pretenden despojar la
                ciudad de la Concepción <?el Uruguay
                de su carácter de capital para imponér-
                selo a la ciudad del Paraná.
                
                Una convención reformadora de la
                constitución no puede arrogarse más
                facultades que las que esta misma le
                acuerda. Su rol solo está limitado á
                declarar si debe ó nó trasladarse del
                punto donde se encuentra la capital;
                
                pero no puede, en manera alguna, Ir
                hasta mandar en qué ciudad debe es-
                tablecerse, sin consultar la voluntad
                del vecindario, que debe manifestarse
                libérrimamente por medio de sus ge-
                nuinos representantes.
                
                Para conocer la voluntad de una ciu-
                dad en una provincia como la de En-
                tre-Rios, es necesario empezar por
                darle una municipalidad liberalmente
                organizada, de manera que su vecin-
                dario pueda manifestar su opinión y
                velar por sus intereses, sin limitacio-
                nes odiosas.
                
                Toda sanción, pues, que no entrañe
                préviamente la voluntad de la ciudad
                de Paraná, es atentatoria.
                
                Lo que hasta ahora ha escapado á
                la penetración de los más de nuestros
                estadistas, es, que así como nuestras
                constituciones empiezan por establecer
                las garantías individuales, partiendo
                del principio de que el hombre es la
                base de toda organización social, ellos
                han debido también proceder de igual
                manera en la práctica, elevando la au-
                tonomía individual y la colectiva, para
                no caer en la palpitante contradicción
                que se nota cuando deprimen al indivi-
                duo, á la ciudad, y hasta al estado, pa-ra levantar sobre la ruina de estos,
                una entidad política, cuya magnificen-
                cia mide así la talla de esos imperios
                levantados en Francia á la sombra de
                infortunadas repúblicas.
                
                No nos sorprende, pues, ese proce-
                der, siendo así, que, de tiempo atrás,
                los que más alto concepto tienen de
                constitucionalistas, entre nosotros, vie-
                nen afirmando, sin ambajes, que nues-
                tra soberanía nacional reconoce por
                único origen el gobierno colonial, que
                no reconocía ni soberanía individual,
                ni soberanía de provincia, olvidando
                lastimosamente, que, aun admitiendo
                ese origen, sabido es que las ciudades
                coloniales tuvieron siempre sus cabil-
                dos, y hasta las provincias de España
                tenían sus fueros propios, y todos sus
                habitantes repetían á sus monarcas es-
                ta frase aragonesa: «Cada uno de no-
                sotros vale tanto como vos, y unidos,
                más que vos.»
                
                Los que han inventado esa negación
                á los derechos que el régimen federa-
                tivo acuerda, son los partidarios que
                aún existen de centralización absoluta;
                los que, desde las altura del poder, han
                
                Jjretendido doctrinar con notoria mala
                é, imaginándose que sus poderíos se-
                
                —47—
                
                rian eternos, y que no habían de des-
                cender á formar en las filas populares
                de donde salieron.
                
                Pero el demócrata sincero y conoce-
                dor de nuestra historia, no podrá dos-
                conocer jamás que, tras una lucha in-
                testina de medio siglo, hemos llegado,
                después de muchos pactos y convenios
                de fraternidad de hombres libres y de
                estados soberanos, á una federación,
                en la que fuerza es para su radicación
                definitiva, partir de la existencia de las
                soberanías indicadas, que dan origen
                á la soberanía nacional, y que guardan
                la misma relación que los rádios con el
                centro.
                
                Los futuros reformadores de la cons-
                titución de Entre-Rios no deben olvidar,
                pues, que no tienen facultad para impo-
                ner á la ciudad de Paraná, y que un
                deber del más elevado patriotismo exi-
                jo á los gobernantes de la provincia
                ofrecer á sus ciudades una vida muni-
                cipal digna de los adelantos modernos
                y de una provincia como aquella, capaz
                de llevar á la práctica las más libera-
                res y benéficas reformas.
                
                Solo así llenarán cumplidamente la
                misión que el gran pueblo de mayo les
                encomendara.VIII.
                
                fPorqué volvemos la mirada incesan-
                temente hácia la Mesopotamia Aryen-
                tina,y, anhelantes, seguimos paso á pa-
                so sus evoluciones políticas? .
                
                Porque, confundidos con su juventud
                desde Ja infancia, hemos soñado con
                ella, y fué en sus filas que ensayáramos
                nuestra actividad moral.
                
                Para permanecer indiferentes, para
                guardar silencio en presencia de sus
                peligros, fuerza seria arrancarnos el
                corazón, ó cerrar nuestros oidos á sus
                generosas palpitaciones. * .
                
                JCómol ¿Toda la sangre derramada,
                os los heroicos sacrificios de aquel
                gran pueblo, han sido estériles para su
                libertad?
                
                [Qué! Aquella juventud, que recibie-
                ra la última palabrada la ciencia^ y
                que con los bríos que dan las grandes
                
                —49—
                
                convicciones, supo defender, en los
                campos de batalla, sus creencias^ ¿vive
                aún bajo el imperio de caprichosos
                mandones, convertida en instrumento
                servil?
                
                ¿Vientos de muerte agítanla otra vez
                en demanda de vida autonómica, ó yace
                á las plantas de nuevos señores?
                
                ¡Plegué al cielo que arribe al fin á
                la meta desús deseos, radicando libres
                instituciones!
                
                Si hemos venido á la tribuna popular
                en tan solemne momento para hacer
                oir nuestra humilde voz, ha sido por-
                que tenemos derecho á ser escuchados
                por la juventud entre-riana.
                
                Sí! Debe oírsenos, y no porque pre-
                tendamos alardear de un dogmatismo
                ageno á nuestro carácter, sino porque
                somos, y fuimos siempre, amigos lea-
                les y sinceros de su progreso y su bien-
                estar.
                
                Los hombres precipitándonos en el
                abismo de los tiempos; nuestra vida
                es fugaz, y las ideas que en la es-
                cuela del sufrimiento adquirimos, de-
                ben ser tomadas en cuenta por los que
                nos acompañan y suceden.
                
                No lo olviden!
                
                Los gobernantes de una democracia»ni deben imponerse, ni perpetuarse en
                los altos puestqs.
                
                Los gobernados no deben vivir sin
                ideal propio, y pendientes de la volun-
                tad de sus caudillos, que todo lo usur-
                pan, basta la gloria de sus abnegados
                esfuerzos.
                
                La autoridad deja de serlo, si no re-
                presenta la ley y la opinión pública.
                
                Quien por especulación, ó por vicio,
                vive siempre prosternado á las plantas
                de los poderosos, merece el desprecio
                de sus semejantes, y hasta el suyo pro-
                pio.
                
                El que, á favor del fraude y de la
                ruina de sus compatriotas, encúmbra-
                se, solo representa al histrión, á quien
                sus alucinados espectadores aplauden,
                en tanto no se descorre el velo del en-
                gaño.
                
                Pero su fin es inevitable: el fiasco, y
                luego la burla, y hasta la muerte, son
                las consecuencias fatales á que le con-
                duce su cinismo.
                
                La autonomía del hombre, la autono-
                mía de la ciudad, y la autonomía del
                estado, son la base firmísima en que
                debe reposar hoy la libertad de las na-
                ciones. Y los que quieran cumplirla ley
                del progreso, implantando el se'f-go-
                
                —51—
                
                vemmcnt, deben defenderla, derraman-
                do, si preciso fuese, hasta la última
                gota de su sangre.
                
                La institución municipal, elevada á
                la categoría de cuarto poder del estado,
                es la más sólida garantía del gobierno
                del pueblo por el pueblo, y del sosteni-
                miento del espíritu local, origen del ré-
                gimen federativo.
                
                La división de Jos poderes públicos
                y su marcha armónica, sin ultrapasar
                la órbita que la ley les marca, es im-
                prescíndíblemento necesaria en toda
                sociedad republicano-democrática.
                
                El sistema bi-camar;sta, liberalmen-
                te instituido, es el mejor control de los
                actos abusivos de los poderes del esta-
                ño, y, principalmente, del despotismo
                parlamentario.
                
                El sufragio universal, y la participa-
                ción directa del pueblo en la elección
                de sus representantes, constituyen la
                condición principalísima para la con-
                servación de todo gobierno represen-
                tativo.
                
                L03 gobernantes no deben desviarse
                nunca de las corrientes populares, si
                aspiran á encauzarlas, y aman la pa-
                tria.
                
                Los gobernados, con plena coneien-—52—
                
                cia de sus derechos, no deben consa-
                grarse á degradantes paganismos poli-
                ticos, y deben ver en sus gobernantes
                á simples representantes suyos, sin
                ataviarlos con la falsa aureola de es-
                píritus extraordinarios.
                
                El gobernador, el ministro, el gafe
                político, y hasta el cura, no son sino
                asalariados de la comunidad, obligados
                á servirla, exentos de vanidad y auto-
                críticas pretensiones.
                
                A ningún contribuyente de sangre y
                de dinero puede,con justicia,obligársele
                á hacer lo <¡ue la ley no manda, ni á
                que se humille obediente á los capri-
                chos de quienes no la respetan, ni
                acatan, ni cumplen.
                
                La prevaricación, el crimen, en to-
                das sus repugnantes manifestaciones,
                exijen la responsabilidad más estricta
                del magistrado, para garantir la vida
                y la propiedad de los ciudadanos.
                
                La centralización administrativa, en
                nuestro país, convierte los miembros
                del poder ejecutivo en tiranos legales,
                que es necesario desaparezcan con
                anchas y liberales reformas.
                
                La capital, como residencia de los
                poderes públicos de un estado, ó do
                una nación, no puede imponérsele á
                
                una ciudad, sin mengua de su au tono-
                mia y del decoro patrio.
                
                Las ciudades que deben su origen y
                el rol que desempeñan á consideracio-
                nes económico— políticas, no pueden
                ser destruidas, ni despojadas de su ca-
                rácter distintivo, sin herir de muerte
                los intereses á ellas vinculados.
                
                Los genuinos representantes de una
                localidad, en lo que atañe á su muni-
                cipio, son los que este elije directamen-
                te, y los únicos árbitros de sus desti-
                nos, como ciudad.
                
                La agrupación de empleados públi-
                cos, que los usurpadores improvisan,
                en una localidad cualquiera, propaga
                el odioso vicio de la empleomanía y del
                militarismo, siempre funestos á las ver-
                daderas democracias.
                
                El estado, ó nación,que no se preocu-
                pa de organizar sus rentas, y que libra
                la suerte de su vida económica al abu-
                so del crédito en onerosos empréstitos,
                abandona sus destinos á la voluntad de
                avarientos prestamistas, y fecundiza el
                gérmen de futuros despotismos.
                
                Solo la vida administrativa, regular
                y justiciera, puede atraer al seno de la
                patria los hombres libres de otras zo-
                nas, para honra suya y de su* hijos.I
                
                —54—
                
                Estos principio s, síntesis de cuanto
                acabamos de exponer, son también la
                fórmula de las doctrinas más avanza-
                das que proclaman los pensadores euro-
                peos, los maestros de la escuela liberal
                norte-americana, y nuestros más sabios
                vulgarizadores de la ciencia política,
                como Juan Bautista Alberdi, Alejo
                Peyret, y Florentino González.
                
                Solo practicándolos, es como hemos
                de alcanzar el gobierno propio, tan am-
                bicionado por todo espíritu verdadera-
                mente republicano, y que los historia-
                dores filósofos celebran como el más
                preciado fruto del individualismo ale
                man.
                
                Si no acumulamos citas para justifi-
                car nuestros asertos, es, porque pensa-
                mos que son agenas á la índole de este
                trabajo. <
                
                Aun cuando a favor de las conquistas
                científicas universales de las escuelas
                modernas, vamos, los argentinos, fe-
                lizmente arribando á puerto de salva-
                ción^ no hay para qué lanzar al lector
                al dédalo de laberintos de preceptistas,
                cuyas teorías basta enunciarlas con-
                cretamente para anhelar su práctica.
                
                Que los Horacios y Curiamos d«
                Entre-Rios depongan sus armas, y, en
                
                —55—
                
                estrecho y fraternal abrazo, den co-
                mienzo á las apremiantes reformas de
                su constitución, sin preocuparse del
                asunto capital; que nuestra palabra
                franca, igénua, no se pierda en el va-
                cio, que tenga, por el contrario, favora-
                ble acojida en el corazón de la juven-
                tud entre-riana, y habráse realizado
                el objeto que nos propusimos al aco-
                meter esta tarea.
                
                FIN
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